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por la existencia del grupo, además de mi entusiasmo por el nuevo concepto de suelo que
acababa de descubrir, entré a formar parte del Club Edafos en donde Albareda, entusiasta e
insistente, trataba de estimular en su vocación por la investigación científica a los alumnos en
que la presentía.

         Más que un club una tertulia, ningún reglamento escrito y cada uno hablando
libremente de aquello que le incitaba, como en tertulia de rebotica o ateneo. Albareda,
además de escuchar y sonreír, nos sorprendía/estimulaba con problemas originales, nos
solicitaba más preguntas que respuestas, y con ello provocaba una fáustica asociación de ideas
dispares. Una curiosidad insaciable ante aquel alfaguara de sugerencias, recuerdo la ilusión
por conseguir un parque natural en Doñana, un informe sobre la contaminación del mar
Mediterráneo con una sorprendente vinculación al por qué todos los países ribereños habían
sido alguna vez en su historia primeras potencias mundiales, un posible tratamiento al mal de
la piedra en fachadas de catedrales… y así se fue creando grano a grano la granada y no a la
inversa. Un heteróclito colectivo de camaradería, complicidad e ingenio. Leíamos mucho (en
inglés, hay que mejorar ese inglés), libros y revistas científicas, pero también otro tipo de
literatura. Cuando de uno a otro nos pasamos La metamorfosis de Kafka alguien opinó: “Un
curioso tratado de entomología”.

         Tempus fugit. La mayoría de los componentes de tan insólito como fructífero club
decidieron su vocación en el ámbito bioquímico o sanitario y muy pocos en el de la Edafología,
por más que todos disfrutáramos en aquellas excursiones en busca de humus, arcillas y
horizontes del subsuelo. Las vicisitudes y circunstancias del club y de sus miembros están
magníficamente documentadas en este Ciencia y Farmacia en el franquismo: El Club Edaphos,
vivero de investigadores en tiempos de José María Albareda, (ahora ya, sí, con ph) y el esfuerzo
de sus autores Guillermo Reparaz, Rosa Basante Pol y Antonio González Bueno por rescatar la
memoria del Club Edaphos es encomiable en grado sumo. Una invisibilidad ahora puesta en
evidencia y contexto, con rigor y pulcritud, que se agradece puesto que el agradecimiento es
la memoria del corazón.

          Albareda sacudiéndose la tiza que macula su chaqué: un hombre capaz de infundir
entusiasmo en tiempos difíciles.

                                                                                          Raúl Guerra Garrido
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