Page 93 - Anales vol 2 nº1 2017
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Un tercer pasaje acaecido en la casa del caballero del verde gabán, Diego de
Miranda, vendría a redondear estas consideraciones, cuando don Quijote explica
en qué consiste «la ciencia de la caballería andante»: «Es una ciencia que encierra
en sí todas o las más ciencias del mundo», de modo que quien la profesa ha de ser
jurisconsulto, médico y herbolario, astrólogo, matemático, «ha de estar adornado
de todas las virtudes teologales y cardinales», «ha de saber nadar y herrar un
caballo», «ha de guardar la fe a Dios y a su dama», y también—había dicho un poco
antes—«ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa,
clara y distintamente, adonde que le fuera pedido» .
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Ahora bien, es claro que ni don Quijote ni Sancho son teólogos. Tampoco lo
era Miguel de Cervantes, que tantas veces y de tantas maneras se hace presente en
su novela interfiriendo en la historia, episodios y aventuras del hidalgo y su
escudero. Empezando por el hecho de que en la biblioteca de don Quijote existe un
libro de Cervantes, La Galatea, publicado hacía muchos años (1585), su única
publicación extensa antes del Quijote. El cura, que es un lector ávido y competente,
conoce al autor: «Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que
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es más versado en desdichas que en versos» .
Hay otras muchas apariciones de Cervantes en el Quijote más o menos
furtivas. La más espectacular acaece en la alcaná de Toledo donde el narrador
Cervantes dice haber descubierto los cartapacios en árabe que contenían el
manuscrito de Cide Hamete Benengeli, «autor arábigo y manchego» , que
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permiten continuar la «vida y milagros de nuestro famoso español don Quijote de
la Mancha», interrumpida de forma abrupta en su momento álgido .
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En el espejo de sus protagonistas aparece el genial manco de Lepanto como
un hombre no solo versado en desdichas y versos sino también en cosas de moral y
en asuntos de la fe. Se puede decir de Cervantes, —así S. Muñoz—, que no era «un
escriturista, ni un teólogo o moralista, estrictamente dicho; pero tenía de la
Sagrada Escritura, del dogma cristiano y de su moral un conocimiento extenso y
profundo, ajustado y preciso, a un nivel más elevado que el usual en un “ingenio
lego”» .
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Parece que son las interferencias del autor Cervantes en el decir y sentir de
sus personajes donde hay que buscar los rasgos fundamentales de su actitud
religiosa, que se entremezcla con el mismo propósito literario de la novela. Por eso,
10 Lib. II, cap. XVIII, 844-845.
11 Lib. I, cap. VI, 94.
12 Lib. I, cap. XXII, 257. Véase el comentario de A. CASTRO, El pensamiento de Cervantes y otros
estudios cervantinos (Madrid 2002) 639-646. Dice don Quijote (Lib. II, cap. II, 703): «Ese nombre es
de moro». Según S. Bencheneb, significa «El Señor que más alaba al señor hijo del evangelio». Véase:
L. LÓPEZ-BARALT, «El sabio encantador Cide Hamete Benengeli: ¿fue un musulmán de Al-Andalus o
un morisco del siglo XVII», en R. FINE-S. LÓPEZ NAVIA, Cervantes y las religiones, 339-357.
13 Don Quijote de la Mancha, Lib. I, cap. IX, 118.
14 Lo religioso en el Quijote, 22.
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