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Uno de los más destacados representantes del monismo actual es Paul M.
Churchland, quien señala:
“Las teorías materialistas de la mente afirman que lo que
denominamos estados y procesos mentales son simplemente estados y
procesos muy sofisticados de un sistema físico muy complejo: el cerebro
(…) los estados mentales son realmente estados físicos del cerebro (…)
podríamos denominar a este argumento la dependencia nerviosa de todos
los fenómenos mentales conocidos (…) En suma, el neurocientífico puede
decirnos muchas cosas sobre el cerebro, sobre su constitución y las leyes
físicas que lo rigen; ya está en condiciones de explicar buena parte de
nuestra conducta en términos de las propiedades físicas, químicas y
eléctricas del cerebro (…) Comparemos ahora lo que puede decirnos el
neurocientífico sobre el cerebro, y lo que él puede hacer con ese
conocimiento, con lo que puede decirnos el dualista sobre la sustancia
espiritual y lo que puede hacer con esos supuestos. ¿El dualista puede
decirnos algo sobre la constitución de la materia mental? ¿Sobre los
elementos no materiales que la componen? ¿Sobre las leyes que rigen su
comportamiento? ¿Sobre las conexiones estructurales entre la mente y el
cuerpo? ¿Sobre la modalidad de su funcionamiento? ¿Puede explicar las
aptitudes y patologías humanas en términos de sus estructuras y defectos?
En realidad, el dualista no puede hacer nada de esto, porque nunca se ha
formulado una teoría minuciosa sobre la materia mental. Comparado con
los abundantes recursos y los logros explicativos del materialismo actual,
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el dualismo no es tanto una teoría de la mente sino un vacío” .
Por otra parte, hay quien propone definir la conciencia como un estado. A
nuestro juicio, esa posición supone no deslindar correctamente la causa del efecto.
El estado de conciencia, o mejor, los estados de conciencia, son una
consecuencia (producción) de la conciencia y no debe definirse esta en base a
aquellos. Si no hubiera conciencia, no habría “estado de conciencia”, ergo el
“estado” no es la conciencia, ni tampoco la define. Eso equivaldría a atribuir a las
partes (estados) los caracteres del todo (conciencia) y constituiría una falacia
mereológica.
Por tanto, no parece acertado conceptuar la conciencia como estado. Los
estados principales de conciencia son: vigilia, obnubilación, sueño, inconsciencia y
coma, más toda una serie de alteraciones cualitativas intermedias que modifican
la homeostasis de la conciencia. La conciencia implica un estado, pero no es un
estado. Los estados de conciencia son una cosa (consecuencia) y la conciencia es
otra (función básica causal). El concepto de conciencia no es identificable con una
→estados
de sus manifestaciones. El continuo es el siguiente: cerebro→ conciencia
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Churchland, P. M. (1999). Materia y conciencia. Barcelona: Ed. Gedisa, pp. 17, 19 y 42.
318| Pedro Rocamora García-Valls