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exterior, y la represión moral del superyó . Por otra parte, sostiene que la
angustia tiene un vínculo con lo psicosocial, pues “es indispensable en las
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relaciones sociales como angustia de la conciencia moral” .
Por tanto, sobre la conciencia estimativa o primaria, la conciencia moral
posterior introduce otros elementos, como la culpa (lo específico y característico
de la conciencia es la culpa –Wescott– ), generadora siempre de angustia, que
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llevan a complejizar el inicial juicio perceptivo (sensorial) y cognitivo (psicológico).
Es posible que aparezca entonces el siguiente continuo: conciencia moral→ culpa
→angustia→psicopatología.
hipertrofiada
Existe un orden moral social, previamente estructurado por las palabras, al
que el humano debe ajustar su comportamiento. Esa inmersión en una ética
situacional preestablecida por vocablos definidos por los otros (y, sobre todo,
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por quien detenta el poder) cumple una función de internalización ideológica
(asimilar, acomodarse y acatar los patrones de conducta social prevalecientes) y
hace que el sujeto no sea autónomo sino determinado por el significante. Esto es lo
que Lacan denomina el “discurso del amo”.
El niño nace con los significantes (palabras) definidos en su significado
(contenido) por los demás, y esa es una regla moral que deberá aceptar
imperativamente siempre, pues si disocia el significado del significante se vuelve
esquizofrénico.
El sujeto (ser dependiente de un lenguaje) al nacer, está ya determinado por
el enunciado de un mandamiento de valores morales asignados por el significante,
es decir, por una preconcepción existente o discurso previo estructural-
organizacional, y, por tanto, sometido a un lenguaje que conlleva la imposición de
una prescripción moral.
En consecuencia, la conciencia moral se articula, en primera instancia,
sobre un orden simbólico de palabras previamente establecido que, durante la
infancia y adolescencia, debe introyectarse por procesos de imitación, aprendizaje
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y sugestión, o será impuesto mediante reglas y normas (reguladoras del
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comportamiento) predeterminadas por quien tiene el poder .
56 Angustia y vida pulsional (1933). Vol. V, p. 79. Esta formulación aparece por vez primera en El yo y el ello (1932), y
posteriormente en Inhibición, síntoma y angustia (1926).
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Ibídem, p. 82.
58 Vid. White 2005, p. 41.
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Para Fletcher toda ética es situacional, es decir, producto y consecuencia de la
situación contextual en la que se produce. Vid. Fletcher, J. (1970). Ética de situación. Barcelona: Ed. Ariel.
60 Esto plantea la cuestión permanente del alcance de la libertad de decisión. Sobre eso véase, desde el enfoque de
la neurociencia, el texto de Gazzaniga, M. S. (2012). ¿Quién manda aquí?, el libre albedrío y la ciencia del cerebro.
Barcelona: Ed. Paidós.
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“El derecho del señor a dar nombres llega tan lejos que deberíamos permitirnos el concebir también el lenguaje
como una exteriorización de poder de los que dominan: dicen “esto es esto y aquello”, imprimen a cada cosa y a
320| Pedro Rocamora García-Valls