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es muy compleja pues tienden a solidificarse creando la ordenación referencial del
individuo. Además suelen ir asociadas a un concepto cerrado de verdad 111 .
“Si a nosotros desde niños nos hubieran dicho que la realidad es de
ésta u otra manera, esta información estaría instalada en nuestro cerebro y
funcionaría como un automatismo (…) Esta estructura cerebral, este
procesador, hará las veces de unas “gafas mentales” a través de las cuales
veremos la realidad (…) el niño capta todo lo que se le dice sin presentar una
crítica dada su edad, la necesidad de comprender y la autoridad con la que
percibe a los padres y a los educadores (…) En todos estos casos, lo que
ocurre es que en el cerebro se ha formado una estructura muy fuerte que
adquiere el carácter de una creencia, con las connotaciones de ser percibido
como una realidad incuestionable, y de estar fuertemente vinculada a lo
afectivo, al ánimo, y a la angustia, sobre todo” 112 .
La conciencia tiende a cristalizar determinadas conductas, en principio
adaptativas, a través de la adopción y elaboración de un sistema de creencias y
valores sobre el que se construye la propia identidad. Por eso la conciencia
moral 113 es una conciencia inculcada socialmente.
El problema se plantea en orden a determinar si algunas de esas creencias y
valores son siempre realmente adaptativos, o bien, si en otros contextos sociales
(alteración del constructo persona/situación inicial que dio lugar a su adopción)
pueden desajustarse y devenir desadaptativos o producir trastornos, por ejemplo
delirio psicótico: “las ideas delirantes son creencias falsas pero de las que el enfermo
está firmemente convencido, a pesar de no poseer pruebas concretas” 114 . En este
supuesto habría que abordar un cambio terapéutico de creencias y valores
111 El concepto de verdad tiene, en muchos casos, componentes ideológicos apriorísticos. En ciencia, la verdad, que
se inicia desde lo conjetural, es una aspiración probabilística que debe tener la posibilidad de impermanencia, de
futura refutabilidad (falsacionismo popperiano) y de una transformación dialéctica, pues todo nuevo pensamiento
(conocimiento, experiencia vital) resignifica (cambia, modifica, remueve) y reestructura los anteriores. Como señala
López-Ibor (2000, El problema de la verdad en psiquiatría) la verdad no es unívoca sino distinta según las culturas, es
un proceso no un estado y no puede imponerse sino alcanzarse con el otro desde la tolerancia. “Todo esto hace
que hoy ya no se hable tanto de teorías verdaderas, sino de teorías bien fundamentadas, teorías coherentes,
teorías sólidas… Frente a los realistas, que afirman que es posible descubrir científicamente la verdad del mundo,
los antirrealistas dicen que eso no es entender el papel de la ciencia en la actualidad. Hoy el realismo moderado
asume la verdad meramente como tendencia”. Martorell, J. M. y Prieto, J. L. (2005). Fundamentos de psicología.
Madrid: Ed. Centro de Estudios Ramón Areces, p. 186.
112
García de Haro (2006). El secuestro de la mente ¿Es real todo lo que creemos? Madrid: Ed. Espasa, pp. 93 y 95.
113 Las propias acepciones etimológicas de moral (mos, moris=costumbre) o de ética (ethos=conducta) hacen
referencia a su raíz ambiental (no genética); por eso, tanto la costumbre como la conducta son adquiridas, es decir,
consecuencia del aprendizaje.
114
López-Ibor Alcocer, M. I. (2009). ¿Qué es la esquizofrenia? Madrid: Ed. Fundación López-Ibor, p. 4. La cursiva es
mía. En esa línea: “Los psiquiatras llamamos delirio a una creencia que cobra importancia central en el modo en el
que un sujeto se relaciona con el mundo y que, aunque para él se corresponde innegablemente con la verdad, no
es compartida por el común de sus semejantes, e impide, por tanto, la colaboración con éstos necesaria para la vida
en sociedad. El discurso delirante tiene una estructura característica que hace que la creencia central no se vea
modificada por la experiencia ni por el razonamiento”. Fernández Liria, A. (2013). Economía y psico(pato)logía, en
Mediterráneo Económico nº 23. Almería: Ed. Cajamar Caja Rural, p. 144.
334| Pedro Rocamora García-Valls