Page 89 - Historia "nobelada" de la Genética
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Durante  casi  treinta  años  estuvieron  intentando  los  genéticos  producir

               artificialmente las mutaciones sin conseguirlo, hasta que Hermann J. Muller demostró en
               1927 los efectos mutagénicos de los rayos X en Drosophila. Al año siguiente, Stadler (1928a

               y b) confirmó los mismos efectos en material vegetal (maíz y cebada). Desde entonces el

               hombre ha tenido en su mano la posibilidad de imitar a la naturaleza en la producción de
               nueva  variabilidad  genética.  En  1946  recibía  Muller  el  premio  Nobel  “por  su

               descubrimiento de la inducción de mutaciones mediante radiación con rayos X”. Además,

               desarrolló diversos métodos para estimar la tasa o frecuencia de mutación en Drosophila,
               utilizando  cepas  de  moscas  con  constituciones  citogenéticas  adecuadas  (Muller,  1928).

               Como colaborador de Morgan participó en el desarrollo de la teoría cromosómica de la

               herencia y en alguna de las primeras obras que establecieron un cuerpo de doctrina de la
               nueva ciencia Genética, como fue el libro “Mechanism of Mendelian heredity” (Morgan et

               al., 1915).

                      Casi  veinte  años  más  tarde,  Auerbach  y  Robson  (1946)  demostraban  que  el  gas

               mostaza (sulfuro de ,’-dicloroetilo) y sus derivados tenían un gran poder mutagénico,

               dando así paso a las substancias químicas como otro gran grupo de agentes inductores de
               mutación, además de las radiaciones ionizantes y no-ionizantes (luz ultravioleta).


                      La mutagénesis experimental convencional es un proceso de azar en el sentido de
               que el investigador sabe de la eficacia de la técnica utilizada (qué tipo de radiación, a qué

               dosis, durante cuánto tiempo o qué substancia química, a qué concentración, etc.), pero

               escapa a su control la posibilidad de dirigir la mutación; es decir, que el mutágeno utilizado
               afecte a un gen concreto que se desea modificar y, mucho menos aún, a una parte concreta

               de  dicho  gen.  Sin  embargo,  el  progreso  de  la  tecnología  molecular  ha  hecho  posible  el

               milagro. A final de la década de los setenta, Michael Smith y colaboradores (Hutchison et al.,
               1978;  Gillam  and  Smith,  1979a  y  b;  Gillam  et  al.,  1979)  introdujeron  la  técnica  de

               mutagénesis dirigida basada en la utilización de oligonucleótidos sintéticos que alteran por

               apareamiento erróneo nucleótidos específicos de una determinada secuencia de ADN (ver
               revisión por Smith, 1985). De esta manera se pueden producir cambios predecibles en la

               secuencia de aminoácidos de la proteína codificada por el gen mutado, permitiendo analizar
               cómo  las  diferentes  partes  o  dominios  de  la  proteína  contribuyen  a  su  función  y,

               eventualmente, diseñar nuevas proteínas. Esta técnica ha revolucionado la investigación en

               los laboratorios de investigación y en las compañías biofarmacéuticas. Por ello no fue de


                HISTORIA “NOBELADA DE LA GENÉTICA” (1900-2016)                                         89
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