Page 90 - Historia "nobelada" de la Genética
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extrañar que Smith recibiera el premio Nobel de Química en 1993 “por su contribución
fundamental al establecimiento de la mutagénesis dirigida mediante oligonucleótidos y su
desarrollo para estudios de proteínas”, en palabras de la Real Academia de Ciencias sueca
que le otorgó el premio.
Aunque no está relacionado directamente con el tema que nos ocupa, no resisto la
tentación de hacer un comentario, aunque sea muy breve, sobre el impacto de la
mutagénesis en la sociedad, que ya en otras ocasiones he tratado con mayor extensión
(Lacadena, 1976, 1988, 1991a).
La variabilidad genética producida en las poblaciones naturales se debe a posibles
errores ocurridos a escala molecular –por ejemplo, durante la replicación de la molécula de
ADN- así como a la acción del medio ambiente sobre el ADN. A este tipo de cambios en el
material hereditario se les llama mutaciones espontáneas. Frente a este tipo de alteraciones
genéticas están las mutaciones inducidas producidas directa o indirectamente, con
intención o sin ella, por intervención humana. En ocasiones, el hombre realiza tratamientos
experimentales –como acabamos de ver- con el propósito de inducir mutaciones en los
seres vivos con el fin de realizar estudios de genética básica o aplicada. Otras veces, sin
embargo, la mutagenésis se induce por la acción de agentes físicos o químicos producidos
y utilizados por la nueva tecnología. Las radiaciones, ciertas substancias químicas y
determinados sistemas biológicos constituyen los tres grupos en que se pueden clasificar
los posibles agentes mutágenos.
De todos es conocido el efecto mutagénico de las radiaciones. Aunque en el medio
ambiente en que vivimos estamos sometidos a la acción de una cierta radiactividad natural,
está demostrado que dicha radiación ionizante no es lo suficientemente intensa como para
producir las mutaciones espontáneas con las frecuencias detectadas en diversos
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organismos (del orden de 10 ). Sin embargo, la tecnología moderna tiende a incrementar
la utilización de la energía nuclear, resultando obvio deducir las graves consecuencias que
se derivarían del uso indebido o de la ocurrencia de un accidente fortuito. Todos tenemos
en la memoria el efecto devastador de las bombas atómicas lanzadas el 6 y el 9 de agosto
de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki, o el accidente de la central nuclear de Chernobil,
ocurrido en abril de 1986. Como decía Rostand en sus “Inquietudes d’un biologiste” (1967),
“las explosiones nucleares hacen algo peor que matar: preparan la vida mala, ponen en
HISTORIA “NOBELADA DE LA GENÉTICA” (1900-2016) 90